Un antiguo cuento de los hermanos Grimm narra la historia de tres príncipes que vivieron muchas aventuras, una de las cuales tenía que ver con un camino de oro y una princesa.
Deseando saber cuál era su príncipe verdadero, ella ordena a los guardianes de su reino que no permitan el acceso a nadie que se acerque caminando en los laterales del camino. Se trata de una carretera magnífica, debemos añadir, cubierta de oro y piedras preciosas.
Los dos primeros hermanos guían a sus caballos, a uno de los dos lados de la vía, temerosos de dañar el bello y brillante material. Mientras que el tercero está tan emocionado por volver a encontrarse con su amor que ni siquiera se da cuenta del camino y casi vuela en su prisa por llegar a ella, guiando a su caballo por el centro del camino y abriendo con ello las puertas del reino.
Esta historia nos ilustra el poder de estar enfocados. El último príncipe estaba tan enfocado en su meta que no vio nada más en su camino. Los otros dos solo podían centrar la mirada en las atractivas riquezas, olvidándose así de su objetivo último que era llegar hasta la princesa.
Algo parecido a esto le ocurre a muchas personas en su persecución de sus metas: se distraen con facilidad y pierden su oportunidad o les cuesta mucho más tiempo del necesario llegar hasta ella.
O la meta no es lo suficientemente importante o la persona no está tan comprometida
Esta falta de enfoque se puede deber a dos motivos: o la meta no es lo suficientemente importante o la persona no está tan comprometida.
Cuando alguien persigue un objetivo al que no da tanto valor, tal vez decida darse algo más de tiempo y se relaje, costándole más alcanzarlo. Si, por el contrario, lo que le falta es impulso, la probabilidad de éxito es muy baja porque siempre encontrará excusas para no avanzar. Por consiguiente, ambos ingredientes resultan necesarios: el atractivo de la meta y la determinación de la persona.
Perseguir algo que no encaja con nuestra motivación suele llevarnos al fracaso
Estos dos obstáculos comparten una característica que no debería ignorarse jamás y que a menudo nos anuncia un fracaso: la meta o el objetivo no fueron elegidos por la persona que los persigue.
Cuando ocurre algo así, probablemente no encajen el uno con el otro. Para alcanzar una meta, ha de quererse lo suficiente y estar del todo comprometidos y eso solo ocurre con el tipo de motivación correcta. Perseguir algo que no encaja con la nuestra suele llevarnos al fracaso porque no nos interesa lo suficiente.
Por ello, quienes tienen una motivación instrumental solo se sentirán impulsados por dianas claramente definidas y medibles y quienes la tienen integradora deberán implicarse en esfuerzos sociales y comunitarios porque los más prácticos les provocan una sensación de desapego.
La mayoría de los líderes ni siquiera conocen la dicotomía de motivaciones
Resulta fundamental elegir una meta que cuadre con nuestra motivación o un empleado adecuado. Muchos directivos desconocen esta norma tan básica.
Asignan tareas y proyectos sin plantearse el tipo de motivación que tiene la persona elegida. De hecho, la mayoría de los líderes ni siquiera conocen esta dicotomía de motivaciones y no pueden por tanto repartir las tareas teniéndola en cuenta, como resultado de lo cual, muchos de sus subordinados fracasan o se sienten sujetos a un enorme estrés porque se les está pidiendo que hagan algo que va contra su instinto natural.
Esa motivación natural es la que nos hace sentir que la meta merece la pena y nos da la fuerza necesaria para perseguirla
La motivación resulta un elemento básico si hemos de alcanzar objetivos, tanto los propios como los delegados. No comprender qué es lo que realmente nos impulsa provoca falta de definición en las metas y caminos por los que optemos.
La humanología nos explica que todas las personas nacemos con un tipo de motivación innato, bien instrumental, bien integradora, o una mezcla de ambas. Aunque somos capaces de aprender a manejar otros propósitos, nuestro corazón no estará del todo entregado a perseguir aquello que no encaje con nuestro interés instintivo y el riesgo de fracaso será muy superior. Esa motivación natural es la que nos hace sentir que la meta merece la pena y nos da la fuerza necesaria para perseguirla.
La motivación instrumental se centra en ascender por la escalera mientras que la integradora lo hace en fortalecer la base. Si quieres una persona que empuje y haga crecer tu empresa, elige a alguien con el primer tipo de motivación. Si lo que tu empresa necesita es consolidarse y fortalecer el equipo, opta por alguien con la segunda. Quienes tienen motivaciones mixtas suelen actuar como buenos mandos medios, los perfectos segundos en la cadena de dirección.
Alternar líderes con distintos estilos de motivación nos permite alcanzar un óptimo equilibrio en nuestro crecimiento empresarial: primero crecemos y nos expandimos y después nos fortalecemos y consolidamos.
Analiza tu motivación y define un camino que encaje con ella
Si de lo que estamos hablando es de tus metas personales, analiza tu motivación y define un camino que encaje con ella. Tu progreso resultará así mucho más sencillo.